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"El agua podía ir a la casa en vez de la vasija a la fuente"

El Laboratorio echa mano de parábola para acercar un concepto creciente entre los transformados del sector primario. En una ciudad del siglo XVIII existía una fuente en la plaza principal. Si bien había varias plazas y muchas de ellas tenían su propia fuente, todos coincidían en que la que manaba de la plaza principal era el agua más fresca y limpia. Todas las mañanas y a horas tempranas se iniciaba el desfile de personas con cántaros hacia las fuentes, siendo la anterior la más larga y que, a su vez, permitía charlas entre las porteadoras. Era habitual realizar hasta tres viajes a por el preciado líquido para calmar los calores a lo largo del día. Rosita observaba diariamente el trasiego, las dificultades del transporte, la corta duración del frescor pese a utilizar vasijas de barro, la necesidad de abandonar otras tareas para ir a por agua, el tener que esperar el turno para llenar el cántaro y otras molestias que en días calurosos eran más difíciles de soportar. Lo comentó con Manuel y pensaron que “el agua podía ir a la casa en vez de la vasija a la fuente”. Hicieron la prueba mediante grandes cántaros cargados en alforjas de esparto en su mulo. Empezaron a acercarse a las casas y entre la desconfianza inicial, la incomprensión de que hubiese que dejar una propina y la envidia a que otros saquen partido de nuestras necesidades, les costaba convencer a sus paisanos. Pero poco a poco y a la vista de que algunos lo aceptaban y ganaban tiempo para otras tareas, evitaban colas y cansancio de acarrear, se fue propagando la noticia. Tuvieron que pedir a su primo otro mulo para dar abasto. Pero siguieron pensando, bien por iniciativa propia o por la propia solicitud de sus vecinos, y decidieron hacer dos repartos e incluso tres al día. Todos tenían agua fresca reciente y puntual. Quedaba un tema por resolver cual era la querencia de cada vecino por su particular fuente, de tal forma que Manuel y Rosita empezaron a repartir agua de las diferentes fuentes y evitaban errores de origen mediante el medio de transporte, bien el mulo o el color del ribete de los cantaros. Bueno, hasta aquí la parábola que, como seguramente habrán adivinado, finaliza con la presencia de más aguadores y la continua innovación de Manuel y Rosita. “El agua puede ir a la casa en vez de la vasija a la fuente”. Lo mismo sucedió  con la leche y el lechero (lo he conocido personalmente). Desde hace unos diez años estamos asistiendo a un importante avance en la cadena de valor de los productos primarios (frutas y hortalizas, agua, leche, quesos, conservas y mermeladas, aceites, etc.). Se está pasando a gran velocidad de vender el producto para su transformado posterior en otra fase de la cadena (ajena al primero) a realizar la propia transformación e incluso su transporte al consumidor, bien directamente o en punto de venta de proximidad. Este es el mejor proceso para generar valor en los productos del sector primario. En definitiva, transformarlo y llevarlo al cliente. Y si es de la mejor fuente (denominación), mejor será el agua.        

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